No volverá a cumplir los setenta, pero ahí estaba, en el solarium, arrugada, descolgada pero ágil, y en la medida del tiempo, esbelta. Con su gorra y con su sorprendente bikini de camuflaje, semidesatado para evitar marcas en el bronceado.
Me la imagino quemando sujetadores, leyendo a Proust y cultivando maría en Ibiza, todo es posible. Rauda de energía se incorpora y salta directamente sobre la piscina, increíblemente limpia y aparentemente helada.
Plantas más abajo, un hombre todavía desayuna con un enorme tatoo en el brazo, decolorido y casi escamado.
Uno se imagina esbeltos tatuajes en cuerpos cincelados por la juventud, pero el reloj biológico resulta implacable con los pigmentos y las formas.
Mejor llevados resultan los piercings. Hombres en la cuarentena o cincuentena no dudan en taladrarse pezones o penes como estimulante viagra y reclamo sexual, morbosidad íntima, aunque luego ello se traduzca en duchas de orina inesperada.
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