domingo, 19 de diciembre de 2010

Psycho, en pantalla grande

Se abre el telón, sobremesa del viernes, una impresionante Angelina Jolie en ropa interior retoza sus últimos momentos de siesta con Richard Gere en un hotel por horas. Richard ha vuelto a la ciudad en viaje comercial para su tienda de herramientas y debe coger el avión esa tarde. Angelina está cansada de esos encuentros temperamentales y busca dar estabilidad y dignidad, los años pasan y los diez últimos como oficinista de una inmobiliaria no dan muchas esperanzas para una vida compartiendo soledades con su hermana, como dos solteronas, en la vieja casa familiar. Richard le pide tiempo, su divorcio y el negocio le han dejado unas cuantas deudas. Ella ha de regresar rápidamente a la oficina.
El sol aprieta en la ciudad y el gorrón del jefe sólo se ha puesto el aire acondicionado en su despacho, su compañera de trabajo es una tradicional y prematuramente envejecida señora de, en el medio de una madre fisgona y un marido que espera que le ponga las zapatillas al llegar a casa. Angelina nada tiene que ver con ella, ni en deseos ni aspiraciones, pero a pesar de todo ahí están, las dos juntas, trabajando en el mismo lugar.
Entra el jefe con el ebrio Larry Hagman, quien presume ante Angelina de su hija, que mañana sábado se casa, de regalo de bodas un nidito de 300.000$, 120.000 de dinero negro al contado, montones de billetes con los que flirtea y soborna a la infelicidad.
El preconciliar y ciruelo jefe trata de seguirle el cuento al alcoholizado potentado, se lo lleva al despacho acondicionado para firmar de una vez los papeles, aunque sea vaciando el mueble bar, dejándo el encargo de llevar el dinero al banco esa tarde a Angelina, quien pide permiso para irse a casa tras depositar el dinero, debido a una jaqueca.
Pero Angelina no pasa por el banco, y tras preparar la maleta coge el coche dirección al pueblecito de su novio para fugarse juntos, 120.000$ para ayudar a comenzar una nueva vida.
El camino es largo, día y medio de viaje al menos por carretera, anochece pronto y se queda dormida en un arcén del camino. A la mañana siguiente un policia la despierta golpeando la ventanilla, ella, asustada y nerviosa le infunde sospechas. Angelina decide cambiar de coche en la siguiente ciudad, se siente perseguida, y el temor se apodera de ella, comete un error tras otro.
De nuevo la noche, el cansancio y la tormenta, parece que no sabe bien dónde está, y para en el primer motel que ve.
El recepcionista le informa que está a pocas millas del pueblo de su novio, pero está agotada y prefiere tomar una habitación y descansar. Le preparan una cena fría en la recepción y charlando descubre el error que ha cometido, la locura que la ha cegado, en la trampa que se ha metido, ve las cosas claras y decide enmendar su error antes de que sea tarde. Echa cuentas en su habitación, puede reponer todo el dinero, ingresarlo el lunes por la mañana e ir al trabajo como si nada hubiera pasado. Nadie lo sabría, su hermana estaba también de fin de semana fuera de la ciudad y si madrugaba lo suficiente llegaría de vuelta la noche del domingo.
En menudos problemas podemos meternos, decide acostarse y antes darse una buena y reparadora ducha caliente con la que parece tratar de lavar su conciencia y eliminar todo rastro de culpa...

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