En los últimos cinco años parejo al deterioro de Juan Carlos, asistimos a una borbonización de la monarquía española en el sentido histórico más estricto. Lo de la restauración monárquico-constitucional más que vocación fue acto de fe, acto de fe en un juancarlismo aceptado como bálsamo para una transición pactada, permitiendo un reequilibrio de fuerzas y consolidación del juego democrático, al tiempo que dotaba a esa España de un renovada alta representación internacional. Sin embargo en los últimos tiempos, y a la par del evidente deterioro del Rey, preocupa y mucho, la continuidad de una institución a la que los ya nacidos en democracia ven carente de sentido.
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