Para quien como yo, vive y entiende la sexualidad como un disfrute sin moralinas ni tapujos, curva de encuentro, de comunicación, de afecto, de entendimiento entre una, dos o más personas, presidida por el respeto y el placer mutuo, más doloroso me resulta contemplar quien convierte algo hermoso en una monstruosidad. Más repruebo a quien hace del sexo un arma, una agresión y una vejación, quien hace del abuso su regla de comportamiento.
Las agresiones sexuales, por lo que de intimidad e identidad implica la sexualidad, conllevan un mayor ilícito, un mayor daño, que te mata por dentro o al menos lo intenta.
No puedo ni comprender ni perdonar a quien agrede, en ese ámbito con ese trasfondo, y no, no me sirven excusas ni perfiles psicológicos. Porque pienso en el chico indefenso que no es capaz de comprender lo que le está pasando o a una mujer aterrada que quizás no pueda volver a mirar a un hombre a la cara sin temor o rabia.
Hoy he sentido asco y repugnancia, como hace tiempo, no recuerdo. No, hoy no ha sido un buen día, es de esos que hacen que te replantees tu carrera profesional, al tiempo que hace que admires a jóvenes pero excelentes profesionales.
De nuevo me quedo con las palabras de una mujer agredida, no le voy a dar el poder, no voy a dejar que esto, refiriéndose a la agresión sufrida, se convierta en lo más importante de mi vida.
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